sábado, 25 de febrero de 2012

5. El Bosque Encantado





La cena transcurre tranquila entre las risas de Nalla. Salgo de mis divagaciones y me incorporo a la conversación, intentando aparentar normalidad... Cuando terminamos de cenar, Nalla se sube a caballito sobre mis hombros hasta su habitación y acordamos, sin permitirle opinar, que hoy la anfitriona va a tener que leernos a ambos... Escuchamos sus quejas detrás de nosotros, por la escalera, pero Nalla se tapa los oídos para no oírla y yo empiezo a tararear mientras subimos. Al llegar al cuarto la echo en la cama como un saco de patatas y me giro hacia Selena. Está deliciosa con ese arrebol en sus mejillas... le sonrío y me encojo de hombros. Carraspeo y digo bien alto teatralizando
- Bueno, si no deseas leernos... tampoco estás invitada a esta reunión!!!
Hago el ademán de cerrar la puerta y Nalla chilla saltando desde la cama “Nooo noooo papi nooooo! Venga Selena cuéntanos un cuentooooooo” Pone su mejor cara de pena con morritos y cejas caídas... Al ver las armas de la pequeñuela mi sonrisa se hace enorme y le hago una reverencia a Selena para que pase a la habitación, cerrando la puerta tras ella y guiándola hasta la cama de la niña. Carraspeo:
- Mi pequeña, que le parece que la señorita elija nuestro cuento mientras la desvisto y se pone la ropa adecuada para la hora del cuentacuentos...?
La pequeña aplaude como loca y le señalo a Selena la estantería de con los libros. Nalla de pie sobre la cama estira los brazos en alto para que pueda ponerle y quitarle más rápido la ropa y pueda sumirse cuanto antes en la lectura... Sonrío y la tapo con sus mantas, dejando un espacio a su lado para Selena. Yo me dispongo a sentarme en el suelo cuando reschista enfadada, obligándome a meterme en la cama junto a ellas o no podré ver los dibujitos del cuento... Su manita palmea la cama esperando a que me suba... Por el fade!!! Observo la diminuta cama y hago una mueca. Miro a Selena y juraría que... sonríe...? Santa Virgen!!! dame fuerzas... Cojo a Nalla por los aires, me siento donde ella estaba y la coloco sobre mi regazo. Mi cuerpo está dolorosamente cerca del de Selena... siento el calor de su brazo rozando el mío e intento concentrarme en su voz, su preciosa y melódica voz y en la sonrisa de Nalla y las cosquillas de sus deditos en mis muñecas, resiguiendo mis bandas de esclavo como siempre que leemos...



La enorme servilleta me ha salvado la vida y la comida, permitiéndome salvaguardar mi pudor mientras Nalla nos envuelve en sus aventuras, hasta hacernos olvidar la incomodidad que parece ya acompañarnos a su padre y a mí cada vez que estamos juntos. La hora del postre parece llegar demasiado pronto y antes de darme cuenta me encuentro siguiéndoles escaleras arriba. Ver a este enorme guerrero, todo fuerza y poder letal, portando en hombros a su hija, me encoge el corazón por lo que ambos tuvieron y perdieron. Yo nunca podré devolverles nada, jamás podré reemplazar en sus afectos a la mahmen, a la shellan, a la hermosa hembra que lo fue todo para ellos, pero desearía poder ocupar un pequeño lugar en sus vidas. Mi primer impulso es dirigirme a mi cuarto, pero mientras subimos las escaleras me dejan bien claro que, como recién llegada, me corresponde leer el cuento esta mañana. Mi corazón salta de dicha en mi pecho: Estaré con ellos, a su lado, no como solía estar en la mansión, a escondidas y en silencio para no interrumpir. Lo único que me frena es el temor a no ser capaz de leer en voz alta sin que se me note el nerviosismo, la emoción, lo mucho que significa para mí algo tan normal como un cuento a la hora de dormir. Me dirijo a la estantería a elegir un cuento mientras les observo de reojo. La ternura de Zsadist mientras la desviste, mientras le pone el pijama a su niña, me llena los ojos de lágrimas y aprieta un nudo en mi pecho, un nudo de anhelo, de dulzura y de deseo por el macho que llena la pequeña camita con Nalla en su regazo.
La niña palmea el escaso espacio libre a su lado mientras su padre me mira en silencio, y yo no puedo ocultar la sonrisa que nace en mis labios imaginándome su apuro y preguntándome si será ahora cuando se levante para mostrar que mi cercanía le desagrada... o todo lo contrario. Quizás debiera oponer resistencia, buscar una silla o sentarme en el borde de la cama, pero no he cambiado de opinión, no tengo nada que perder y mucho que ganar. Necesito saberlo, saber si tengo que esquivarle, evitar el contacto por miedo al rechazo. Si ha de ser así, quiero saberlo desde ahora, desde el principio, en lugar de descubrir poco a poco que sólo mi cuerpo clama por el suyo, que mi piel, mi olor, mi contacto, le resultan molestos o desagradables... lo que he visto bajo la mesa hace apenas una hora, la increíble respuesta de su cuerpo, la evidente excitación bajo sus pantalones, puede deberse a muchas cosas, pero yo sólo busco una respuesta sencilla. ¿Puede desearme? ¿Puede el macho que amo responder a mi contacto como yo lo hago al suyo? Tomo el primer libro que veo, al azar, al fin y al cabo no voy a leerlo... ya sé qué cuento quiero contarle a mi niña esta noche.
Me acerco a la cama y los ojos de Zsadist se entrecierran mientras me ve acercarme. Intenta hacerme sitio, pero su cuerpo de Hermano ocupa casi todo el espacio y no puede alejarse más de mí sin que ambos, la niña y él, se caigan al suelo. Me siento en el borde y subo las piernas con cuidado para no levantar la falda más de lo imprescindible, pero es tremendamente difícil intentar estirar el pequeño fragmento de tela. Mis piernas desnudas quedan paralelas a las de Zsadist y parecen perderse en comparación con su tamaño: Uno sólo de sus muslos es más grande que mis dos piernas juntas, y para poder leer sin correr el peligro de caerme a mi vez, he de pegarme a sus cuerpos. Mi piel desnuda parece arder al contacto con sus ropas. Noto la dureza de sus músculos a través del pantalón, sus pies asomando fuera de la cama debido a su altura. Mi brazo choca contra su costado y él levanta el suyo para dejarme espacio, lo que le obliga a colocarlo tras mi espalda, sobre la almohada. Nalla sonríe impaciente, ignorante de lo que nos está haciendo a los dos, de lo que nos obliga a sentir. El calor que desprende el cuerpo de su padre basta para encenderme y hacerme sentir acalorada... su aroma a pino, a bosque, me está enloqueciendo y puedo notar la excitación que pronto será evidente para él... su olfato está entrenado para detectar aromas que un civil jamás notaría; espero... Virgen Santa! Espero que no se dé cuenta de que estoy temblando de deseo. Tomo aire lentamente y lo exhalo con fuerza intentando relajarme, tarea imposible con él a mi lado... jamás le he tenido tan cerca, jamás he sentido a un macho a esta distancia. Su cabeza queda muy por encima de la mía y la postura de su brazo me ayuda a fingir que me está abrazando, aunque en realidad no me toque... ¿Por qué no me toca? ¿Por qué?... Basta, Selena! Lucho contra el estúpido y erróneo impulso de alzar mi rostro hacia él. Mi frente, así colocados, apenas llega a su barbilla, y sé que si le miro no podré alejar mis ojos de su boca, y se dará cuenta, y ... Parcas! No puedo seguir con esto o... Abro el libro y comienzo mi historia, aunque sé que él se dará cuenta al instante de que no estoy leyendo en realidad, pero no me importa
"La pequeña no entendía qué estaba sucediendo: Un instante estaba dormidita en su cama, en su cuarto calentito, y al instante siguiente se encontraba paseando por un bosque antiguo como el tiempo, lleno de árboles inmensos cubiertos de musgo. No tenía miedo, su perrito iba a su lado para guardarla y protegerla de cualquier peligro, pero sí sentía mucha curiosidad: Sabía que todo era un sueño, aunque se veía muy real, y en los sueños, aunque la pequeña Sihrena no lo sabía, ella podría controlar y decidir lo que habría de suceder. No sabía por qué, pero sentía que debía dirigirse al centro del bosque, al lugar en el que los grandes árboles caían para morir y transformarse en brotes nuevos, un lugar de muerte y de vida en un círculo de eterna renovación.
Caminó durante lo que parecieron horas, hasta que supo que había llegado al lugar correcto. Allí había tan sólo dos tocones, dos árboles huecos y cubiertos de hongos y musgo, pero que, curiosamente, tenían ventanitas con vidrieras de colores y luz en su interior. Shirena siempre había sido muy curiosa, así que no se lo pensó dos veces y decidió llamar a la puerta del árbol más cercano. Nadie respondió, por lo que cogió el pestillo y abrió despacito asomando la cabecita al interior. -¿Hola, hay alguien? - Ninguna respuesta, ningún movimiento ni sonido, por lo que entró y se vio en medio de una estancia mucho más grande en el interior que en el exterior. Giró en todas direcciones y vio una gran chimenea en la que ardía un cálido fuego, una mesa de madera en un rincón con una sola silla a su lado y una mecedora antigua frente a la ventana. En ella, una muñeca de trapo, vieja y rota, parecía mirar a través del cristal hacia el exterior, con sus ojitos de botón perdidos en la lejanía. Sihrena era una niña muy buena, siempre hacía lo correcto y jamás se le ocurriría robar lo que no era suyo, pero algo en su interior le dijo que la muñeca era infeliz, que a pesar de tener en su casita todo lo necesario, hecho a su medida, la pobrecilla buscaba algo más, algo que no estaba dentro de aquel árbol. La cogió en sus manos, la estrechó fuerte contra su corazón y le susurró en su oído de trapo: ¿Quieres venir conmigo, muñequita? No tengo una casita como la tuya para regalarte, pero te voy a querer mucho y nunca más estarás sola... yo no tengo mamá, y, si tú quieres, podemos ser amigas para siempre, las mejores amigas del mundo! La muñeca no respondió, no tenía voz, pero la pequeña creyó ver que el pedacito de hilo que formaba su boca se curvaba un poquito haciéndose una sonrisa. Salió rápidamente de la casa y regresó al punto de partida, al lugar en el que empezó su sueño. Cerró fuertemente los ojos y repitió en voz bajita tres veces: A dormir, a dormir, a dormir! y cuando los abrió, se encontró en su camita, en su cuarto y con las sábanas revueltas, como si hubiese estado corriendo en sueños. Miró sus piececitos y se los encontró manchados de tierra y musgo. Se levantó corriendo, fue al rincón oscuro en el que se amontonaban sus muñecas y sonrió feliz tendiéndole la mano: Rodeada de peluches y preciosas muñecas de porcelana, su muñequita de trapo se había transformado en una hembra joven de sonrisa tímida que la abrazó con inmensa ternura mientras susurraba en su orejita: Sí, mi niña... sí quiero ser tu amiga, si me quieres a tu lado...
Sihrena estaba preocupada... su nueva e inseparable amiga jugaba con ella, sonreía, cantaban canciones juntas y le leía cuentos cada noche, pero la había sorprendido en más de una ocasión mirando, melancólica y silenciosa, por la ventana del cuarto. Una noche sorprendió una lágrima en su mejilla antes de que le diese tiempo a enjugarla. Era una niña, pero muy inteligente, más perceptiva que ningún adulto, y con una sabiduría que sólo poseen las almas antiguas. Se dio cuenta de que la muñeca hecha real, Dhariel, seguía necesitando algo que nunca había nombrado, algo que no quería confesar. Tras muchas noches de verla sufrir en silencio, la pequeña decidió encarar el problema: las mejillas de su querida amiga se humedecían cada vez más y más a menudo sin que nada pudiese frenar sus lágrimas
- ¿Qué te pasa, Dhariel, por qué lloras? ¿No eres feliz conmigo? ¿Quieres regresar a tu hogar?
La niña pensó que quizás echaba en falta su casa, su mecedora, en la que se sentaba a mirar por la ventana
- Ay, cariño... me hace muy feliz vivir contigo, nunca pienses lo contrario, es sólo que...
La muñeca-mujer bajó su rostro y su largo cabello rubio cubrió sus facciones ocultando una nueva lágrima que resbaló hasta sus manos unidas. Sihrena se arrodilló frente a ella, cogió las manos de su amiga con las suyas y le dijo bajito
- Puedes contármelo, de verdad, no se lo diré a nadie... ¡si sólo te tengo a ti!
Al escuchar a la niña, Dhariel la tomó en sus brazos y la estrechó muy fuerte contra su pecho
- Mi casa era solitaria y triste, mi niña. Los días eran iguales a las noches, las semanas iguales a los meses y cada año era un siglo de soledad. Pero... *su rostro se ilumina de pronto como la niña nunca vió* cada noche, al sonar las cuatro en el viejo reloj, en la casita de enfrente, en el otro árbol, veía tras el cristal a un macho maravilloso... un soldado fuerte y feroz que llegaba, herido y cansado, de proteger los bosques de cualquier amenaza que osase perturbar nuestra paz. Nunca nos hablamos, porque pertenecíamos a árboles distintos y yo nunca salí del mío hasta que te conocí, pequeña, pero... *se ruboriza de un modo encantador, con sus ojos brillantes y su voz cargada de luz y color* le miraba, ¿sabes? Simplemente le miraba hasta que desaparecía con las sombras. El resto de mi día y de mi noche consistía en esperar su regreso. Le echo en falta, Sihrena... es como si algo de mi interior se hubiese quedado allí, pero no te preocupes, de verdad... soy feliz a tu lado y nunca, nunca te abandonaré mientras me quieras contigo"
En todo este tiempo no he alzado los ojos del libro, pero soy consciente de la mirada de Zsadist clavada en mí, de que él es consciente de que me he inventado el cuento, y de que mi cuerpo, ahora mismo, es el de una vieja muñeca de trapo, solitaria y triste, que se ha hecho real por el amor de una niña... Alzo mis ojos y los clavo en los suyos sin decir nada. Mi respiración se atasca en mi garganta y observo a Nalla, cuyos ojitos se entrecierran de sueño
- El resto del cuento otro día, si aún queréis que os lo lea... Nalla está casi dormida...



Intento acomodar a Nalla sobre mis piernas, realmente su cama de princesita es diminuta, pero no voy a ser yo quien la contradiga en su deseo de tenernos a todos juntos. Ha estado demasiado tiempo conmigo a solas... soy un cabrón egoísta por haberla separado de su familia, de mis hermanos que la adoran y de sus amables shellans, pero sobretodo, de Selena... Ella siempre fue especial para Nalla, desde la primera vez que se encontraron se creó un vínculo irrompible entre ellas... por más distancia que yo haya puesto de por medio y por más tiempo que pase, jamás podrían perderse la una de la otra... Ver como Nalla la mira, adorándola, me emociona... realmente es bueno que ella esté aquí con nosotros... y no sólo por ella.
Miro nuestros cuerpos en silencio, mientras lee, y me asombro de la imposibilidad de esta situación tiempo atrás. Jamás me gustó el contacto directo con la gente, tan sólo Bella, Nalla o a veces Phury, se acercan tanto a mí si es que tienen alguna estima por sus vidas... Pero ella en realidad no me teme... percibo su nerviosismo, en su tono de voz y por cada uno de sus poros, pero no miedo, ni repulsión... incluso noto... No, Zsadist, que tu jodido cuerpo reaccione como un imán ante ella no quiere decir que ella sienta lo mismo... Por suerte la presencia de Nalla y el rítmico masaje de sus deditos en mis muñecas, aleja esos sentimientos lujuriosos de mi mente y al menos ahora, en la calma y la intimidad del cuarto, me siento relajado incluso con su contacto... Su voz es melódica y suave y bajo la tenue luz del cuarto, parece un hada salida de un cuento... Nalla ha abandonado las bandas negras de mis muñecas para enredar entre sus deditos un mechón de pelo dorado y resplandeciente de Selena. Juguetea con él distraída, su boquita se ha abierto, olvidándose de cerrarla mientras mira a Selena y pronto empezará a llenarse de babita que va a precipitarse sobre mi jersey, pero no me importa, verla tan feliz es más de lo que podría desear...
Las palabras de Selena empiezan a cobrar vida en mi cabeza y miro extrañado la portada del cuento, sin duda recita de memoria, aunque no separa la vista de las páginas del cuento al que se aferra con las manos como si su vida dependiera de ello... la pequeña muñeca de trapo y el guerrero... sonrío ante el paralelismo, seguro que a Nalla le encanta poder relacionar elementos de su vida cotidiana con las aventuras de fantasía... Cruzo los pies a la altura de los tobillos y sujeto a la pequeña con un brazo, totalmente inmerso en el cuento, sintiendo la gran pena de la muñeca de trapo... Mi cabeza reposa hacia atrás en el cabezal y mi otra mano, sin darme cuenta, acaricia el pelo de Selena hasta su oreja, enredándose en él, y jugando, distraído con uno de sus mechones al igual que hace Nalla...
De repente su timbre de voz se agudiza y su respiración se acelera... alarmado salgo de mi ensimismamiento y la observo, buscando el motivo de su agitación. Siento el rubor de sus mejillas emanar de su piel como una estufa. Santa mierda Zsadist! El movimiento de mi mano se congela en el aire y poco a poco voy soltando el cabello que quedó enredado entre mis dedos. Ella cierra el cuento despacio, anunciando que la pequeña se ha dormido... Separo mi brazo de sus hombros y me levanto de la cama, acomodando a Nalla entre las mantas. Beso su frente y apago todas las luces menos la de su mesilla, la que gira e ilumina duendes y hadas en movimiento sobre la pared. Los dos salimos del cuarto en silencio. Todavía percibo su azoro y maldigo mi estupidez. Es ella... su presencia está trastocando toda mi vida... Su voz me transporta y me trae una calma que no sentía en año y medio; su pequeño cuerpo, ruborizado y moviéndose tímidamente, me calienta como el demonio; y su olor a jazmín despierta en mí el deseo y todos los instintos de protección como si estuviera vinculado con ella... Niego con la cabeza. Ella abre despacio la puerta de su habitación y alzo la vista.
- Que descanses Selena. Gracias, por tu cuento y... nos vemos más tarde, para la primera comida si te apetece bajar a comer con nosotros...
Cierro la puerta despacio y me tumbo sobre la cama... joder!!!! Enciendo un cigarrillo y dejo que mi mente vague a la deriva, intentando encajar las piezas rotas en mi cabeza, en mi corazón y en mi alma, sintiendo como algunas partes se cierran, soldando esas grietas, impidiendo que entre el frío y volviendo a sentir calor... qué jodido sentido tiene todo esto...?



He tenido que dejar de leer y utilizar a Nalla como excusa, porque no me creía capaz de continuar: Me ha tocado! Zsadist, el hermano arisco, el solitario, el que jamás permitió más contacto que el de su gemelo, su shellan o su hija, me ha tocado... Sé que alguna vez ha permitido que alguno de sus Hermanos se acercase, pero han sido momentos tan escasos y aislados, que este gesto suyo, inconsciente, me he dado cuenta, me parece simplemente un milagro.
Sé que este compartir el lecho de Nalla se debe al deseo de ambos de no defraudar a nuestra niña. Es el mejor padre del mundo, y siempre hará lo posible por complacer a su hija, por eso sé que no hay segundas intenciones. La luz suave, el calor del cuarto y de nuestros cuerpos tan cercanos, las caricias dulces de Nalla en sus bandas de esclavo- he tenido que contener las lágrimas de ternura- y el rítmico sonido del cuento casi susurrado, han contribuido, sin duda, a relajarle a él tanto como me han crispado a mí. Nunca le había visto así, su enorme cuerpo descansando, libre de toda tensión, libre de armas, confiado, la cabeza echada hacia atrás, su pecho subiendo y bajando lenta y acompasadamente, su mano acariciando el cabello de Nalla, respondiendo a sus caricias... sé que no significa nada que acaricie mi cabello; su mano a mi espalda, mi pelo extendido en la almohada en la que apoya su brazo, mis mechones cayendo en sus dedos sin él buscarlo... Sólo desearía ser menos estúpida y no reaccionar como si acabase de besarme. Maldita timidez, maldito temor a perderles, maldito... malditos deseos imposibles. He leído sin apartar la vista del cuento, pero desde el preciso instante en que Zsadist cerró sus ojos para apoyarse en el cabecero, mi mirada no se apartó de su rostro, maravillada por el cambio que en él se produce cuando la tensión desaparece. Ansiando poder recorrer, como hace Nalla, cada cicatriz, cada marca de su piel, he cerrado el libro y ambos nos hemos levantado con sumo cuidado para no despertar a nuestra bella durmiente. Su padre la ha dejado con suavidad en la camita, la ha arropado y ha besado su frente. Yo he hecho lo mismo tras él y hemos salido en silencio del cuarto. El camino hasta el mío es terriblemente corto... o endemoniadamente largo, no sabría decirlo. Mi deseo de tocarle de algún modo, de devolverle las caricias que él dejó en mi cabello inconscientemente, es ya casi una necesidad física. Cierro mis manos en dos puños y me clavo las uñas en las palmas intentando recuperar un control que parece haberse quedado en la estación, cuando acudieron a recogerme
- Sí, claro, bajaré a tiempo, pero...
Dudo, sonrojándome una vez más, de la conveniencia de recordarle lo que él mismo me indicó
- Creo recordar que me habías pedido que acudiese a la biblioteca antes de las clases de Nalla. Si sigues pensando lo mismo, estaré allí sobre las 7. No suelo dormir demasiado, así que bajaré a dar un paseo por el jardín y a hablar con los doggens sobre los horarios de la niña y cosas así.
Abro la puerta de mi cuarto y me refugio en él tras escuchar su respuesta. Sé que seré incapaz de conciliar el sueño, así que me desvisto dejando la incómoda falda sobre la silla, al lado de la blusa, y me deshago por el camino del sujetador y la braguita para dirigirme a la ducha. Bajo el agua imagino a Zsadist en su cama, dormido, relajado como le he visto hace un rato, y apoyo la espalda contra la pared de azulejos, dejando que el agua golpee desde los distintos puntos mis músculos tensos. Voy abriendo gradualmente el grifo del agua fría hasta que la temperatura de mi piel desciende varios grados. Comienzo a tiritar y salgo de la cabina. Tomo una toalla y me siento en el borde de la cama para comenzar a secarme. El termostato está alto y enseguida entro en calor de nuevo. Tomo el frasco de crema y comienzo a extenderla lenta y metódicamente, pero la imagen de Zsadist acude de nuevo a mi mente y toda mi piel se eriza, excitada. Mis pezones se endurecen mucho más de lo que lo hicieron con el agua fría y un gemido se me escapa al tiempo que arrojo el frasco con fuerza contra la puerta de madera maciza. Maldita sea, ¿qué me está pasando? Ya no soy dueña de mi cuerpo y estoy empezando a pensar que tampoco mi mente me pertenece del todo, porque... ¿por qué soy incapaz de apartarle de mis pensamientos?
Me levanto de la cama, desnuda y enfadada conmigo misma, y recojo la crema que he tirado en un arranque infantil; no es ella la culpable de mi reacción, sino mi cuerpo traidor, anhelando cosas que supo ignorar durante 307 años y que ahora busca como si las precisase para respirar. Sé que al otro lado de esta pared está él, apoyo mi mejilla contra ella e imagino su respiración lenta, en medio del sueño, donde yo puedo acariciar sus bandas de esclavo, besar sus venas marcadas por los negros tatuajes y trazar con mis dedos la cicatriz de su rostro. En mis sueños... mi cabeza golpea suavemente contra la pared al ritmo de mis palabras
- A dormir, a dormir, a dormir...

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