viernes, 30 de marzo de 2012

14. Descubriendo Un Mundo Peligroso








Llevo todo el día esquivando a Zsadist, intentando no cruzarme con él, porque su tristeza me pesa como una losa y sé que no puedo hacer nada para aliviarla... no hoy. Me he acercado al cuarto de Nalla para comprobar cómo se encuentra tras la experiencia de las visiones en los cuencos, y me detengo de golpe en el umbral: Zsadist abraza a la niña como si quisiese fundirla contra su pecho. No puedo inmiscuirme, ambos necesitan su espacio, la intimidad que han perdido desde que yo he llegado a la casa. Hace mucho tiempo que me pongo excusas para no salir al mundo, pero quizás hoy sea el día adecuado para vencer mis miedos y lanzarme a la vida; estoy cansada de mis temores, fruto de la ignorancia, de la inexperiencia y de mi propia inseguridad.

Busco a Mharla, la cariñosa doggen que cuidaba de Nalla en ausencia de su padre, y le comunico, por seguridad, mis intenciones de irme a Caldwell a realizar unas compras. Si puedo evitar llamar la atención de Zsadist sobre mi primer vuelo en solitario ahí afuera, mejor que mejor; no quiero testigos de mi vergüenza si el miedo me vence y me veo obligada a refugiarme de nuevo en la casa. No pretendo llevar a cabo ninguna hazaña, ni dar un gran paso en lo que a mi independencia se refiere; simplemente deseo comprar algo de ropa escogida por mí. La que Beth, la reina, me ha regalado es preciosa, sin ninguna duda, pero al abrir mi armario cada anochecer, no me veo reflejada en lo que observo. Lo cierto es que no sé qué me gusta o qué no. Lassiter se ha ofrecido a acompañarme en alguna excursión de compras, como él las llama, alegando que su gusto en cuestiones de moda es impecable; no lo pongo en duda, dada la cantidad de programas que ve relacionados con ese tema, pero quiero empezar yo sola, demostrarme que soy capaz, que no necesito alguien que haga las cosas por mí, como si fuese una niña; sólo un par de vestidos, algún zapato, o simplemente mirar, aprender, intentar alejar mi cabeza de la casa, de Zsadist y mi niña llorando juntos por quien nunca podrá ya volver a ellos.

Cormia me hablaba a menudo de una tienda de modas frente a la cual pasamos camino de la estación. Los propietarios, miembros de la raza, han dispuesto una zona protegida en la parte trasera del establecimiento que permite materializarse sin peligro y sin riesgo de exposición a ojos de los humanos. Respiro hondo varias veces para infundirme ánimos y me desmaterializo en los escalones de la entrada. Aparezco al instante frente a la puerta trasera de la tienda y abro sin darme tiempo a ponerme más nerviosa. El ruido de unas campanillas colgadas sobre la puerta me sobresalta y alerta a la dueña, que se acerca a mí con una sonrisa. Mi azoramiento, mi desconcierto, mi forma pausada de construir las frases, con la lentitud y el tono característicos de las hembras que hemos pasado toda una vida dedicada casi exclusivamente a la oración, le dan las pistas para identificarme como una Elegida de la Madre. Con una reverencia respetuosa me pregunta si soy una de ellas y comprendo que me resulta difícil explicar mis circunstancias, y más tratándose de una extraña, por lo que asiento sin pronunciar la mentira que me hará indigna a ojos de la Virgen Escriba. A partir de ese momento, me toma en sus manos como fuese su cruzada personal. Desde que hemos bajado a este lado, Cormia y Phury proveen de un vestuario completo a las elegidas que lo deseen, por lo que no mi presencia aquí no le resulta extraña a la amable hembra que se desvive por infundirme confianza.

No sé bien en qué momento se han relajado mis hombros, o cuando he dejado de retorcerme las manos como una chiquilla a punto de ser castigada. Me encuentro de repente sentada con ella viendo lo que me parece una cantidad ingente de vestidos de todas las formas y colores. Me limito a mirarlos, estudiarlos, intentar imaginarlos sobre mi cuerpo, intentando buscar lo que me atrae y tratando de descubrir cuáles son mis gustos. Me decanto por dos vestidos cortos de fiesta que, a pesar de ser escandalosamente cortos, reciben la aprobación entusiasta de la dependienta. De la trastienda aparecen, como por arte de magia, dos pares de zapatos para combinar con las piezas escogidas. Poco tiempo después salgo de la tienda, terriblemente orgullosa por mi pequeño gran logro, cargada con una bolsa en la que la hembra ha guardado cuidadosamente mis compras. Es la hora de regresar; en un par de horas regresará Zsadist de las calles y me ahorraré un montón de explicaciones embarazosas si para entonces estoy ya en mi cuarto. Me avergüenza tener que confesarle mi miedo a enfrentarme a estas situaciones, normales para cualquier hembra de la raza desde que nacen, pero que son retos enormes para mí. Mi intención de desmaterializarme allí mismo se ve alterada por la visión de un escaparate varios comercios más allá. Al final de la calle, cerca de la entrada al parque central de Caldwell, y aislada del resto de tiendas, se alza un ruinoso edificio en cuya planta baja se anuncia un establecimiento que vende libros antiguos. Tras la vitrina, una pequeña montaña de ajados ejemplares llama mi atención. En el rancho del Primale comencé a estudiar piano, fascinada por la música que escuchaba el Padre de la Raza; mis ojos caen ahora sobre unas partituras amarillentas y un viejo libreto de una ópera que he escuchado miles de veces: La Bohème. Entro sin pensarlo y el anciano tras el mostrador me indica que está a punto de cerrar; no me demoro, no me hace falta, ya tengo claro lo que quiero.

Cinco minutos después salgo con mi compra bien envuelta y guardada en otra bolsa. Miro a ambos lados de la calle y me doy cuenta de que no hay absolutamente nadie, ni coches, ni peatones, sólo unos jóvenes humanos en la entrada del parque que me observan fijamente. Todas las persianas están cerradas y tras de mí el anciano de la tienda sube a un destartalado automóvil y desaparece calle abajo. Un escalofrío nervioso me recorre y comienzo a respirar con rapidez... tengo que tranquilizarme para poder desmaterializarme; pienso en Nalla y en la partitura que quiero enseñarle a tocar en el piano del salón; pienso en el libreto, tan antiguo como la ópera misma y en el disco que el viejo me ha regalado. He visto una máquina para reproducir estos vinilos en la casa, aunque no sé cómo funciona... Abro los ojos y los machos humanos continúan mirándome mientras se dan codazos y se ríen en voz alta. No me harán nada, pero no puedo desmaterializarme con ellos delante, empiezo a andar en dirección al centro de la ciudad... tengo que perderlos de vista, pero... ¿alguien me está siguiendo? mi corazón comienza a latir desenfrenado, mi respiración se vuelve rápida y superficial y, casi sin darme cuenta, comienzo a acelerar el paso... Virgen del Fade! Es que no puedo hacer nada bien? Es que cada uno de mis pequeños logros ha de terminar en un fracaso? No puedo huir, no poseo fuerza ni velocidad y ya es tarde para buscar ayuda, no hay nadie más... me detengo y me vuelvo lentamente mientras pregunto en voz alta y ligeramente temblorosa.

- Si es dinero lo que queréis...






Sólo tengo ganas de terminar esta jodida noche y volver a casa. No pude agredecerle a Selena lo que hizo por Nalla con los cuencos... pero el puto móvil y la hermandad no esperan, así que no pude despedirme.
Hemos encontrado una panda de lessers desvalijando una de las viejas casas vacías de la glymera que, por alguna extraña razón, Lash no conocía o no requisó cuando estaba al mando de las tropas de lessers.
Hoy todo vale... Y aunque estoy armado hasta los dientes, sólo me apetece golpear con mis puños, pegar y machacar con mi piel desnuda hasta que sangre y me duela tanto, que ese dolor consiga mitigar el otro dolor... Hacer que esos jodidos humanos sin corazón deseen no haberse entregado jamás a las órdenes del Omega... Verlos deshacerse en mis manos y sentir que todavía respiran; escuchar sus suspiros y encontrar su mirada suplicando por una muerte, un fin... Será entonces cuando mi daga atraviese su pecho y les devuelva a su creador. En sus manos creerán que mi tortura no ha sido más que cosquillas; ese es su pago por venderle el alma al diablo...

No puedo parar, a lo que tengo enfrente ni siquiera le queda un resquicio de apariencia humana. Es tan sólo una masa sanguinolenta que se mueve sólo cuando el aire entra en sus destrozados pulmones; pero todavía respira, así que aún no ha llegado el momento de acabar con él...

Oigo a mis hermanos: golpes, tiros, gritos... pero nada me importa más que el cabrón que tengo delante, exactamente igual y con la misma sangre negra corriendo por sus venas que el hijo de puta que se llevó a mi Bella... Mis brazos se alzan con la daga que asestará el último golpe. Dejo que el resquicio de ojo que le queda, por el que todavía puede ver algo a su alrededor, se deleite con el brillo del filo de la hoja bajo la luna, justo antes de clavarla con fuerza en su pecho. Un rugido desgarrador retumba en mis oídos... es mi propia voz, el grito de mi alma herida que clama por justicia. Esa que no llega, esa que no va a devolverme a mi shellan... Un gran destello termina con todo. En un instante ha desaparecido, pero mi respiración todavía está agitada y estoy seguro de que de mi garganta no puede salir más voz, más dolor...

Una mano toca con decisión mi hombro y me giro, mudo y con los ojos desencajados, alzando el arma para volver a empezar con el que ha osado acercarse a mí... Pero la voz de Tohr llega al fondo de mis oídos y me hace frenar en el aire la caída de la daga dirigida a mi hermano, ese fantasma enemigo... Sé que no soy un espectáculo agradable, pero estos guerreros han visto esto y más en cada uno de nosotros... y Tohr lo ha vivido en si mismo no hace mucho... Bajo el arma y me palmea la espalda. Escucho unas palabras en tono conciliador aunque dichas con decisión y sin lugar a réplica. Sé que mi noche ha terminado antes de que acabe de hablar. No es momento de montar otro circo ante mis hermanos. - Puedo seguir- es lo único que sale de mi boca en un gruñido. Pero sus órdenes son claras, y no tengo ganas ni fuerzas de volver a enfrentarme a él. Desclavo mis rodillas del suelo y empiezo a caminar calle abajo, quiero seguir oyendo un poco más los gemidos de esas mierdas bajo las manos de mis hermanos antes de irme. Quiero seguir oyéndolos sufrir...

Cuando mis botas se han alejado casi un kilómetro y finalmente he dejado de escucharlos, me desmaterializo hasta casa. Me dirijo al porche trasero, ya que no quiero que Nalla vea mis ropas manchadas de negro, mis puños ensangrentados, mis ojos negros como ónix y llenos de rabia todavía.... Oigo sus risas en el interior y la voz de Mharla, la doggen que antes cuidaba a Nalla. Freno en seco con la mano en el pomo. ELLA no está en la casa... Y si hubiera sido capaz de prestar atención a mis sentidos, lo hubiera notado antes. Cierro los ojos y la siento a pocos kilómetros, pero su corazón se mueve rápido, desplazándose distancias cortas. Está andando... No! Está corriendo!!!! Suelto una maldición y me desmaterializo justo a diez metros de ella, en un sucio y oscuro callejón. Puedo oler su miedo y giro la esquina para encontrarme con un espectáculo que jamás debiera haber ocurrido...

Son cuatro humanos, cuatro estúpidos humanos que ni siquiera llegan a su edad adulta, pero el alcohol, las drogas y sus hormonas son suficientes para convertirlos en peligrosos...
Tres de ellos vitorean al más lanzado, seguramente el líder del grupo, que ha salido tras Selena. No voy a quedarme a averiguar si sus intenciones son sólo asustarla, o algo más... Estos jodidos niñatos han elegido un mal día para cabrearme. Un rugido sale de mi pecho, haciendo retumbar las paredes vacías de los edificios adyacentes. En menos de un segundo estoy a un metro del hijo de puta que ha decidido molestar a mi hembra. Apesta a alcohol y su excitación es evidente, para mis ojos y para mi fino olfato... esto es su condena...

Sus compañeros, viendo amenazada la seguridad de su alfa, se acercan corriendo a nosotros. Mi aspecto no es el mejor que he tenido nunca, sin duda: A parte de que mido casi dos metros y ocupo de ancho casi el doble que estos desgraciados proyectos de humano; mis ropas están empapadas de sangre negra como alquitrán, mis puños en carne viva y mis ojos dicen más de lo que debería molestarme en mostrar, pero hoy es un mal día y no tengo paciencia...

Cuando se acercan sus amigos, el gallito cambia su expresión de miedo, reteniendo el líquido de su vejiga unos segundos más; aunque aterrorizado, no puede mostrarse débil con los suyos o jamás volverían a respetarlo. El más colocado de ellos, el que ni siquiera distinguiría realidad de ficción, cuando me mira, se toma la libertad de hacer una gracia...

- Tú, Quasimodo! Es que crees que con esa cara deforme, tienes derecho a divertirte con nuestra chica...?

Bien, la diversión ha terminado... Alzo la vista hacia Selena cuyo corazón bombea todavía acelerado, aunque sus ojos muestran alivio...

- Vete, Selena, corre! No quiero que veas esto...

Sin esperar su reacción, cojo del el cuello al desdichado que salió tras ella. Con sólo una de mis manos rodeo casi por completo su escuálido pescuezo, delgado y debilitado por las drogas, el alcohol y la pésima alimentación del desgraciado; aunque no menos letal para cualquier hembra humana, o incluso para un macho débil y asustado... Las drogas les insuflan la fuerza que les falta a sus endebles cuerpos y los convierte en bombas capaces de dañar y matar con tal de divertirse, sin respeto por nada ni por nadie... El miedo ha relajado su esfínter y un líquido amarillo y caliente resbala por sus piernas, sobre el pantalón, mojando el sucio suelo. Sus manos hacen vanos intentos de apartar la mía de su cuello y sus quejidos se convierten en jadeos hasta que el imbécil deja de respirar. Uno de ellos ha sacado una pistola, y aunque su pulso tembloroso le hace errar un tiro certero, agujerea la manga de mi abrigo, haciéndome sentir la quemazón de la bala atravesando la cara externa de mi brazo alzado. Suelto al hijo de puta sin vida y me acerco a los otros tres. Aunque está oscuro, ahora estoy lo suficientemente cerca como para que mi mirada les asuste si no lo hizo mi aspecto.

- Mala puntería, chico. Hoy no es tu día...

Mi puño se estrella contra su cara y con el impulso, al caer hacia atrás, suelta el arma que el tercero intenta recuperar de entre los escombros. Alcanzo al cuarto, que con un poco más de sensatez que sus compañeros, intentaba huir de mis garras. De una sola zancada lo cojo por los hombros, lanzándolo hacia el montón de basura y dejándolo inconsciente al golpearse contra el muro. El otro hijo de puta ha tenido suerte y ha encontrado el arma, con la que me apunta amenazándome mientras me acerco en un movimiento casi imperceptible para sus humanos y débiles ojos. Levanto su brazo hacia la cielo, impidiéndole apuntarme y me acerco a su pestilente boca unos centímetros más...

- Quasimodo dice Boom!

Un sólo golpe desde la mandíbula hacia el cerebro le hace caer inconsciente hacia atrás, con un dolor que va a durarle unos días como mínimo...

Tomo un minuto para borrarles la mente a los desgraciados, insuflándoles recuerdos de una pelea callejera y salgo a zancadas hacia Selena, que no se ha marchado. Se ha quedado quieta a unos metros de distancia, con la vista fija en mí. Maldigo entre dientes y la cojo de la mano girándola hacia camino abierto y lejos de los callejones.

- Vamos, la policía no tardará en llegar.







Sé que viene a por mí, oigo sus pasos acercarse mientras sus compañeros le animan a unos metros de él, y es el pánico, la imposibilidad de desmaterializarme en este estado, lo que me obliga a volverme y encararlos; el alivio me recorre como una corriente eléctrica, haciéndome soltar las bolsas y llevar mis manos a mi pecho, en un intento de calmar los latidos de mi corazón: Zsadist se materializa a mi lado y se sitúa entre mi cuerpo y los jóvenes humanos que me acosan. Ya no siento miedo, no si él está conmigo; escucho las bravuconadas de los pandilleros e intento buscar en mi interior algún sentimiento que los disculpe, pero soy incapaz de encontrarlo: podría haber sido cualquier hembra indefensa, una jovencita, una niña, que no contasen con la protección de un guerrero, y el miedo que he sentido les gusta, he podido notarlo. Son jóvenes, pero saben perfectamente lo que hacen y no les importa el dolor ajeno. La atención y la furia de Zsadist se centran en el que me perseguía, pero la mía, al contrario, se dirige al segundo del grupo, al que grita a mi macho llamándole Quasimodo... todo el nerviosismo, la angustia, el temor que he sentido, han sido sustituidos por una rabia profunda... Sé que Z ha matado al jefe, al más peligroso, pero desearía gritarle que se ha equivocado, que el que merece ese castigo es el otro, el que le ha insultado. En mis ojos se acumulan lágrimas de impotencia que no quiero derramar. Tendría que echar a correr, como él me ha ordenado, apartar la vista del espectáculo que se está desarrollando ante mí, pero me siento incapaz. Durante cien años he entrevisto escenas de batallas que luego llevaba a las crónicas de la raza, pero ver a este guerrero, a un Hermano, a pocos metros de mí haciendo lo que mejor se le da, lo que ha nacido para hacer, es un lujo que no puedo ni quiero negarme. No dice mucho en mi favor el hecho de disfrutar contemplando esta violencia, pero no es algo que me asuste; supongo que he visto demasiada en mis años de archivera recluida, y ver a Zsadist peleando es un cuadro increíble, un espectáculo de movimiento, precisión letal en cada gesto, fuerza y poder contenidos para convertirse en la némesis de estos desgraciados que han osado enfurecerle. La muerte, la violencia, forman parte de su vida, pero no le definen ni marcan más que un aspecto de su personalidad; sé que es capaz de la ternura más delicada con su niña, sé que es capaz de amar hasta la muerte y de entregar su corazón y su alma misma... lo he visto con la hembra afortunada que le tuvo tan pocos años... "No quiero que veas esto...", me ha dicho; no puedo hacer más confesiones sin respuesta por su parte, por lo que nunca sabrá lo mucho que me afecta verle en plena lucha, en su faceta de soldado, guerrero y Hermano. No hay miedo en mí, ni el sentimiento de horror que una hembra delicada tendría que estar sintiendo ahora... mi piel está erizada, excitada, sin poder apartar mis ojos de cada uno de sus gestos, escuchando su voz , llena de ira desatada, que se ha vuelto baja y ronca y que parece acariciarme, dada la respuesta inequívoca de mi cuerpo.
Una bala perdida, un par de golpes y todo ha terminado; los humanos no son rival para él, y sus cuerpos desmadejados y abandonados en el callejón, lo demuestran claramente. Zsadist se acerca a mí en dos zancadas, toma mi mano y me arrastra literalmente tras él mientras me habla de la llegada de la policía . Mis bolsas continúan tiradas en el asfalto y, sin detenerme a meditar lo acertado de mis actos, me suelto de su agarre y corro a recogerlas. Se vuelve a mirarme con expresión incrédula. Supongo que pensará que soy una hembra estúpida, y no digo que se equivoque, pero no puede saber lo mucho que esta salida, que estas compras tontas, significan para mí, para mi autoestima, para mi ánimo cansado de tener miedo a salir al mundo exterior.

- Creo que podría habérmelas arreglado sola, pero te agradezco tu intervención, Zsadist; y no me mires así, por favor, son mis compras, yo... - ahora se le ve aún más enfadado- si me das unos minutos seré capaz de desmaterializarme sin problemas.

Mi respuesta no le ha gustado lo más mínimo. Se acerca a mí con expresión decidida y me sujeta por la muñeca, sin hacerme daño pero con firmeza, impidiéndome recoger las bolsas.

- No me iré sin mis compras, me has entendido? Gracias por tu ayuda, nos veremos en casa y....

Antes no lo había notado, pero al sujetarme ahora,un hilo de sangre se escurre desde su brazo hasta mi mano y observo horrorizada el agujero que perfora su abrigo.

- Santa Virgen, estás herido, Zsadist!

Mis manos se apresuran a abrir la prenda de cuero para dejar al descubierto su brazo, en el que un gran agujero gotea sangre de forma continua empapando el jersey de cuello cisne que viste debajo. Los remordimientos duelen, puedo jurarlo porque una angustia profunda se instala en mi pecho impidiéndome respirar.. Pienso en el dolor intenso que tiene que estar sintiendo, pero no da la más mínima muestra de ello; me mira fijamente con los ojos entrecerrados, pero lo único que puedo pensar es que todo esto ha sucedido por causa mía.

- Es culpa mía, Zsadist, lo siento tanto, por favor, perdóname, yo... Dios mío, lo siento, lo siento...

Estoy balbuceando disculpas que dudo que entienda; he rasgado la manga para ver la herida y acaricio su brazo como si mis dedos pudiesen cerrar el agujero con sólo desearlo. Ahora sí permito que mis lágrimas caigan libremente mientras sigo excusándome.

- La herida no se cierra, Z, estás sangrando demasiado!






Diablos de hembra!!! Han estado a punto de matarla y se preocupa por unas bolsas de compras...??? La agarro fuerte de la mano, dispuesto a llevármela aunque sea a rastras cuando una aterciopelada voz se cuela en mi cabeza “jamás había ido a ninguna parte sola. Vencer el miedo de este viaje en tren ha sido todo un logro para mí...” Empiezo a maldecir entre dientes y recojo las bolsas con la otra mano cuando se detiene para inspeccionar mi brazo. Mierda! Se ha dado cuenta de la herida de bala...

- Vamos, Selena, quedarnos aquí no es seguro. Eso puede espe...

Mis palabras se quedan suspendidas en el aire cuando empieza a acariciar la piel desnuda y erizada de mi brazo bajo su contacto. Respiro hondo y huelo su preocupación y sus remordimientos...

- Ahora no es el momento, Selena. Vámonos de aquí YA!!






Escucho lo que me dice, pero mi única prisa se centra ahora en esa herida que yo, con mi imprudencia, he provocado, y en la necesidad de hacer que deje de sangrar. Sé que no aceptará tomar mi vena aquí, donde aún estamos expuestos, así que permito que se haga con las bolsas y dejo que me guíe hasta el parque, donde podremos conseguir la privacidad necesaria para que me ocupe de su herida. Mientras caminamos- mientras me dejo arrastrar- introduzco la mano en una de las bolsas, saco una de las prendas y, soltando la mano de Zsadist, rasgo una tira larga y ancha. En cuanto nos encontramos al abrigo de los árboles, lejos de la vista de cualquier curioso que pueda pasar por allí, me detengo y tiro de la manga de su abrigo una vez más para descubrir la herida. Envuelvo la tela alrededor del agujero que no deja de sangrar y le miro a los ojos enfrentando su enfado y situando mi muñeca a la altura de su boca.

- Me da igual lo que digas. Esta hemorragia no se va a detener sola, así que, o tomas mi vena o me vuelvo a casa por mi cuenta y te las apañas con la doctora Jane o con Manny en la mansión.





En cuanto se suelta me doy cuenta de que caminábamos cogidos de la mano. Un gesto tan sencillo, tan familiar para muchos, pero que yo jamás había compartido con nadie que no fueran Bella o Nalla...

Ya no queda un resquicio de miedo en su cuerpo, y debiera! Su única preocupación es mi herida, algo que precisamente a mí, no me importa lo más mínimo en este momento. Ahora que estamos solos, que la velocidad de nuestros pasos nos ha alejado de la escena y nos hemos adentrado en un tranquilo y solitario parque, ahora que su vida ya no se ve amenazada, mi instinto de protección me recuerda a gritos su temeridad.

Separo sus manos de mi brazo, ya vendado con los jirones de lo que parece la tela de una blusa, y la encaro, sujetándola de las muñecas y volviéndola, quizás con demasiada brusquedad, contra la ancha corteza de un árbol, donde la aprisiono con mi cuerpo.

- En qué demonios estabas pensando Selena...!!! Esos tipos podrían haberte matado, joder!!!!!





La herida de su brazo me parece terrible, pero sin duda no es grave cuando aún puede gritar de esa forma. Ha ignorado mi muñeca, mi vena y mi discurso como si no los hubiese oído y ahora grita, enfadado, a sólo unos centímetros de mi rostro. Su cuerpo, inmenso y amenazador, se cierne sobre el mío mientras me sujeta las dos manos como si fuese una niña pequeña. Su forma de recriminarme se parece mucho a la riña de un padre para con su hija imprudente y eso sí que no voy a permitirlo... puede que nunca llegue a ser nada para él, pero no voy a consentir que me vea como algo menos que una hembra adulta ejerciendo el libre albedrío que tardé 3 siglos en conseguir.

- En qué estaba pensando, dices?

Mis gritos no tienen ahora nada que envidiar a los suyos. Los nervios de la noche, el miedo ya superado pero no asumido, su cercanía que eriza mi piel llenándola de deseo y su aroma a macho tan cerca de mí, conforman el escenario perfecto para que mi ira salga a la luz... sé que estoy liberando mucho más que lo que ha pasado esta noche... estoy liberando trescientos años de silencio, de aceptación callada, de actitud sumisa y obediente... y se siente bien.

- Estaba pensando en que soy adulta, que soy libre e independiente y no debo obediencia a nadie. Nadie me ordena lo que he de hacer, lo que he de sentir y a dónde he de ir para conseguir lo que quiero!

Con mis brazos alzados y prisioneros contra la corteza del árbol, acerco mi rostro aún más hasta que puedo verme en sus ojos de ónice.

- Estaba pensando que puedo hacer lo que quiera y que el miedo me impide moverme. Que ni siquiera tengo el valor de ejercer la libertad que me ha costado una vida conseguir. Estaba pensando que soy tan estúpida que ni siquiera puedo hacer algo tan simple como salir de compras, algo que hacen las shellans cada día, sin crearte problemas, Zsadist. Eso estaba pensando!

Recuesto la cabeza contra el árbol y le miro desafiante.

- Y no me gusta que me grites de ese modo. Por si no te has dado cuenta, no soy una niña ni tú eres mi padre.





- Mi hija??? Cómo si fueras mi hija...? No es precisamente en una niña en lo que estoy pensando, Selena, aunque te comportes como tal!!!!

Dios, está condenadamente cerca de mi rostro, de mis ojos, de mi boca... puedo sentir su aliento acariciando mi cara y su ira y su miedo emanar de cada uno de sus poros. Ya vale Zsadist... ya vale... dale una tregua... Pero en cuanto vuelvo a abrir la boca tan sólo consigo desatar más rabia y mi propio miedo a perderla...

- Las shellans no tienen permiso para salir solas, lo sabías...? Así que mi preocupación no está tan fuera de lugar aunque no sepa expresarme con cortesía. No soy un macho educado, soy tan sólo un guerrero que se preocupa por su familia!!!





Su furor alimenta el mío y me siento incapaz de callarme. Puede que haya sido algo imprudente, pero no permitiré que me dé órdenes como si fuese uno de sus alumnos.

- Me importa muy poco tu educación, Zsadist, no es eso lo que me molesta, guerrero. No eres mi rey, no eres mi padre, no eres mi jefe... en realidad no sé bien qué somos tú y yo. Lo que sí sé es que los amigos no dan órdenes como tú lo haces. Gracias por incluirme en la familia, pero, por favor, que te quede muy claro: Yo.No soy. la shellan.de nadie!





Desaflojo mi agarre hasta soltarla y me separo casi un metro de ella. Aunque haya sido jodidamente imprudente con sus actos, tiene razón. No me debe nada...

- Tan sólo me preocupé por ti. Es eso tan malo...? Es tan malo que alguien vele por ti? No se hacer otra cosa, Selena. Estás conmigo, estás bajo mi techo, y mi deber es protegerte, te guste o no... Yo no tengo amigos, pero sé que los amigos proveen los unos por los otros...

Me giro y encamino mis pasos lentamente hacia afuera del parque. Pero no oigo los suyos tras de mí y freno mi marcha, no voy a dejarla aquí sola bajo ningún concepto...





Le observo caminar alejándose de mí, pero me siento como si su cuerpo todavía me retuviese contra este árbol y no soy capaz de moverme. Sus palabras, más que sus gritos o su aire amenazador, me han hecho daño, agrandando la brecha entre los dos.

- Y yo, Zsadist?

Mi grito resuena en el parque, silencioso como una tumba a estas horas de la noche, y Zsadist se vuelve despacio a mirarme. 

- Tú te preocupas, tú velas, tú proteges... pero no tienes amigos, dices. Y yo? acaso yo no tengo derecho a preocuparme por ti? Voy a tener que suplicar tu amistad una y otra vez? Tendré que seguir rogándote que tomes mi vena cada vez que tu maldita cabezonería te obligue a hacerte el héroe? Estás hablándole de proveer a una hembra obligada a servir su vena a cualquier macho que la solicitase, me gustase o no. Yo sé lo que es proveer y no es eso lo único que necesito de ti. Reciprocidad, Z. Me explicas los deberes, pero... cuáles son mis derechos? O no tengo ninguno? Ah, sí, espera! Ya lo recuerdo... no traer al ángel a casa. Es la última orden que me has dado, si mal no recuerdo. Bueno, podemos arreglarlo a gusto de los dos. La próxima vez que necesite salir a la calle, le pediré a Lassiter que me haga de guardaespaldas... él sí me llama amiga. 

Cruzo mis brazos y le miro desafiante; prefiero que me grite a que me deje con la palabra en la boca.

- Pensé que no eludías las batallas, pero ya veo que sólo eres selectivo con las luchas que eliges... y está visto que ésta no merece tu atención.





Dejo que termine su discurso sin interrumpirla. Ya que estamos, que lo suelte todo... De su boca sale todo lo que se ha estado callando, todo lo que no ha dicho por prudencia o por timidez. Pero no era ese el trato; el trato era que seríamos amigos. Así que ella ya no tiene por qué guardarse nada dentro. Ni siquiera me ha entendido cuando le he hablado de la amistad. Yo jamás he tenido una, una de verdad, hasta ahora...Y aunque quisiera ser capaz de comportarme con ella como un simple amigo, no puedo... y por lo visto es algo que sólo puede ofrecerle el ángel. Él otra vez... Él sí es su amigo...

Me acerco en dos zancadas hasta donde está ella. Sigue con la espalda apoyada contra el árbol, como si mis manos y mi cuerpo siguieran sujetándola... Freno apenas a un par de centímetros de su cara y durante unos segundos no digo nada. Siento como sus pupilas se agrandan y su respiración se entrecorta, casi jadeando en mis labios.

- De verdad crees que esta batalla no me importa, Selena...? Crees que lo que despiertas en mí no es mucho más que la atención que crees que no te presto...? Estaríamos aquí discutiendo si eso no fuera cierto?

Mi nariz toca con la suya, mis labios casi hablan sobre los suyos, y mi miembro ha decidido tomar parte en la discusión, reclamando atención contra su vientre...

- Sí, Selena, quiero que proveas tu vena para mí. Sabes que estoy herido y lo necesito, y también sabes que lo deseo... Acaso quieres volver a ofrecerme tu muñeca como hacen las elegidas? O puedo tomarla directamente de tu cuello...? Establecería eso algunas bases a nuestra extraña relación...?

No quería hacerlo, no quería asustarla, no quería volver a enfadarme... pero no he podido evitar ser brusco y cruel. Y ella no lo merece... Tomo su pelo entre mis manos, acariciándolo y recorriendo los ángulos de su rostro a través de ellos, por miedo a tocarla directamente, piel contra piel...

- Selena, yo... lo siento...

Mi mano baja en una caricia hasta su nuca para atraerla más a mí mientras mis labios se pegan a los suyos, en un suave roce, tan sólo un pequeño roce... Me separo unos centímetros de su rostro para ver su expresión. Necesito saber que no la he asustado, pero sobretodo, que no le desagrado ni repelo, y que no la estoy forzando...

Sus ojos están clavados en los míos, moviéndose rápido de uno a otro, interrogándome... Vuelvo a posar mi mirada en sus labios, ahora ligeramente abiertos, a voluntad o por sorpresa, no lo sé. Pero muy lentamente, y dándole tiempo a que se separe de mí si lo desea, vuelvo a posar mis labios sobre los suyos. Pero ya no en una suave caricia, ahora ejerzo una leve presión sobre ellos, instándola a abrir la boca, a dejarme entrar donde no debo, donde no merezco... mi lengua asoma de manera delicada hacia ellos, recorriendo su fina y sensible piel en una caricia hasta que vuelvo a separarme, renuente. No sé qué he hecho, no sé si he estropeado todavía más las cosas... Sólo sé que debo haberle parecido un bárbaro que toma lo que desea y al que no ha sabido frenar...

- Selena, yo...






He imaginado esta escena miles de veces y miles de veces he vivido en mi mente este momento, pero ahora que se hace real, comprendo que en nada se asemejaban mis sueños a lo que Zsadist está provocando en mí. Su voz es ahora un reto directo y ya no deja lugar a dudas... ya no puedo fingir que no entiendo a qué se refiere, o que no sé lo que siente por mí. El alivio, la alegría de saber que le importo como hembra, me hacen recostarme contra su pecho mientras me mantiene de pie contra el árbol. Ya no hay espacio entre los dos, ni distancia alguna. Sus ojos se clavan en los míos y su silencio me excita más que mil frases que pudiese pronunciar. Está respirando en mi boca, sus palabras susurradas ahora directamente sobre mis labios y su aliento en mi rostro, tan, tan cerca que podría, con sólo avanzar un milímetro, encontrarme con los suyos.
Puedo sentir su erección presionando contra mi vientre y despertando en mí sensaciones que apenas reconozco como propias... el calor, la humedad entre mis muslos y un cosquilleo de excitación que hace circular mi sangre a mil por hora, al ritmo de los latidos erráticos de mi corazón. Su voz me seduce igual que su contacto y su mirada tormentosa; me pide perdón, pero no sé por qué motivo... su mano juega en una caricia con mi pelo mientras escucho sus palabras provocándome, retándome.

Y de repente sus labios... su boca sobre la mía en la más suave y dulce de las caricias, en el más ligero de los roces. Puedes soñar con un instante durante toda una vida, imaginar en tu mente todos los futuros posibles y aún así sorprenderte cuando por fin llega. Siento su aliento sobre mi piel, su olor a pino y manzanas verdes; sus labios son increíblemente suaves, blandos y cálidos, y no sé de donde surge en mí el pensamiento de que podría morderlos despacio durante horas sin cansarme. Se aparta y siento frío de repente. No sé qué espera de mí, si es que espera alguna reacción, pero no puedo moverme, no puedo hablar, sólo puedo mirarle y rogar que no me deje, que vuelva a besarme, que me enseñe qué debo hacer. Vuelve a posar su boca sobre la mía, pero ahora su lengua asoma a lamer el contorno de mis labios; mis rodillas dejan de sostenerme y me agarro a sus hombros con un gemido que no consigo acallar, recostando mi peso contra su pecho mientras me siento mareada de placer... el momento más maravilloso de toda mi vida apenas dura un par de segundos... se separa de mí en el instante exacto en que mis labios se entreabren para acogerle. Ninguna de mis lecciones teóricas al Otro Lado me había preparado para su beso, para su mano sujetando mi nuca con suavidad y su boca apoderándose de la mía con infinita ternura, para el calor que desprende su cuerpo y la excitación que se ha apoderado del mío exponiendo lo que siento ante su fino olfato y ante sus ojos.

Pronuncia mi nombre una vez más, pero no permito que continúe... no puedo hacerlo; me asusta que vuelva a pedirme perdón, como si lo que acaba de suceder hubiese sido un error. Mis dedos se posan sobre sus labios impidiéndole continuar. Pase lo que pase a partir de ahora, aunque nunca más volviese a besarme repitiendo este mágico momento, nada ni nadie podrá ya quitármelo. Cada pequeño avance en nuestra relación- si es que hay alguna- desde que he llegado a su casa, ha sido seguido de un paso atrás, como si se hubiese dejado llevar hasta un punto para recapacitar antes de lanzarse a algo nuevo; pero no será así esta vez. Soy consciente de que todavía estoy abrazada a él, sujetando sus hombros, a unos centímetros de su rostro; me alzo de puntillas para acercarme a él y sujeto su cara con mis manos mientras presiono mi boca con suavidad sobre la cicatriz que marca su labio superior... puede que no tenga otra oportunidad y siempre he deseado sentir su textura, probar su sabor. Sin saber cómo reaccionará, pero sin poder detenerme a mí misma, la punta de mi lengua asoma a lamerle muy despacio. Siento mi piel sonrojada de pies a cabeza, la timidez siempre me ha frenado, pero ahora mismo, en este preciso instante, podría consumirme el rubor, volverme cenizas o sufrir una combustión espontánea, y no renunciaría al placer de probarlo. Su sabor me arranca un nuevo gemido y mis pechos, hinchados y sensibles, presionan contra su torso provocando una fricción que endurece mis pezones al punto del dolor.

Me separo lentamente y le miro a los ojos; después, aparto con la mano mi pelo hacia un lado y expongo mi cuello descubierto inclinando la cabeza sobre mi hombro para facilitar el acceso a mi vena.

- Zsadist... Yo ya no soy una Elegida






Puede haber algo más suave que su lengua lamiendo mi labio...? Sé que no soy atractivo, y sé, por lo mal que la he tratado, que no la merezco, pero... se siente tan bien...

Sus ojos expresan deseo y curiosidad; puedo sentir la erección de sus pezones a través de mi camisa; oír su corazón acelerado, y sobretodo, puedo oler su excitación...

La osadía de su gesto dentro de su timidez, lo convierten en algo más intrépido de lo que en realidad es, excitándome al máximo... Por la virgen, si no para, voy a tomarla aquí mismo y no tengo derecho... no con ella, no de esta manera... Cuando abandona su tímida exploración con la lengua, se recuesta de nuevo en el árbol y ladea su cuello para que tome de su vena... No... no aquí, no así... ella merece algo mejor que un frío y anónimo parque... Mi mano, que todavía descansa en su nuca viaja a su mejilla, que acaricio con el pulgar mientras mi cara se acerca a su cuello descubierto, a esa vena que palpita y me llama como un canto de sirenas... acerco mi nariz a su cuello y aspiro profundamente el aroma que de ella desprende; nomeolvides mezclado con algún toque de perfume, jabón, sudor, excitación, curiosidad, deseo... Resigo con la punta de la nariz la curva de su cuello desde la base de la oreja hasta la clavícula, lentamente, aspirando a la vez que dejo mi aliento marcando su piel. Llego a su hombro, descubierto seguramente por la sacudida cuando la empujé contra el árbol y ayudado por los botones de su blusa que se desabrocharon al correr, mostrándome la curva de sus pechos saliendo del sujetador... santa virgen, esto no puede estar pasando... aparto la mirada de sus perfectos y tentadores senos y vuelvo a su cuello, donde dejo un suave beso sobre el palpitar frenético de su vena. Todavía sujeto su otra mejilla con la mano y vuelvo a pasar el pulgar por ella en una suave y lenta caricia.

- No, tahlly... no así...

Sus pupilas han vuelto a agrandarse al fijarse en mis ojos, algo en mi mirada que la ha extrañado... aunque no es decepción, sino sorpresa... bajo la mano siguiendo la cara interna de su brazo hasta atrapar la suya en mi palma.

- Vámonos, de aquí. Vamos a casa. Tenemos mucho de qué hablar...







Ahora entiendo la expresión "Jugar con fuego", comprendo por fin qué significa "arder de deseo"; lo que no sé es cómo reaccionar, qué esperar o si tan siquiera estoy haciendo lo correcto. Su aliento en mi cuello parece quemar mi piel, y su respiración tan cerca de mi oído me excita y provoca un cosquilleo en todo mi cuerpo que acaba concentrándose en mi vientre y me hace jadear. El aire parece haberse espesado y me cuesta llevarlo hasta mis pulmones; mi respiración es ahora rápida y superficial mientras su nariz pasea por mi piel hasta llegar a mi hombro. Siento su beso suave, leve, sobre mi vena, y por un segundo creo que va a tomar lo que le he ofrecido... aún le estoy abrazando.

Sus palabras me traen de nuevo a la realidad, a mi fracaso, a la decepción, a la persecución y a la lucha violenta que he presenciado; a su respuesta... esta realidad que ahora se impone sobre mi locura y mi descaro, recordándome demasiadas cosas en contra, repitiendo en mi cabeza que le estoy forzando, que estoy obligando a este macho a una respuesta que aún no está preparado para dar. He dado un paso adelante, un gran paso, pero era demasiado pronto para ello. Alzo mi mirada para decirle que lo entiendo, que no ha de preocuparse por mis sentimientos o mis deseos, que está bien lo que él decida, pero el aire queda atrapado en mis pulmones y, por unos instantes, sólo puedo contemplarle con una mezcla de asombro y maravilla: Sus ojos, sus preciosos ojos amarillos que jamás había contemplado tan cercanos. Han pasado más de dos años desde la última vez que sus ojos se volvieron del color del cuarzo citrino, del color exacto de los de su hija, mi niña Nalla. Ese hecho, más que ninguna palabra, más que ningún gesto, me da esperanza y me dice que no todo está perdido. Alzo mi mano sin darme cuenta para tocar sus párpados mientras él toma mi otra mano y me insta a volver a casa, a la seguridad y privacidad del hogar. No olvido su herida, aún goteando sobre la tierra oscura del parque, pero él no parece ser consciente de ella, al igual que no es consciente del cambio de color de sus pupilas.

- Sabes? Siempre he pensado que los ojos de Nalla eran los más hermosos del mundo. Tienes razón, debemos hablar. Vámonos a casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario